5 DE ABRIL
Carta del Gran Jefe Seattle, de la tribu de los Swamish, a Franklin Pierce Presidente de los Estados Unidos de América.
En 1854, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Pierce, hizo una oferta por una gran extensión de tierras en el noreste de los Estados Unidos, en la que vivían los indios Swaminsh, ofreciendo en contrapartida crear de una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe indio Seattle, que trascribimos a continuación, ha sido considerada, a través del tiempo como uno de los más bellos y profundos manifiestos a favor de la defensa del medio ambiente.
El Gran Jefe de Washington envió palabra de que desea comprar nuestra tierra. El Gran Jefe nos envía también palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con sus armas de fuego y tomara nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington puede confiar en la palabra del Gran Jefe Seattle, con la misma certeza que confía en el retorno de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas del firmamento.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?, esta
idea nos parece extraña.
Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua,
¿Cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja brillante
de pino, cada grano de arena de las riberas de los ríos, cada gota de rocío
entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda y el zumbido de
cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de
mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo
los recuerdos del hombre piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan la tierra donde nacieron cuando
emprenden su paseo por entre las estrellas, en cambio nuestros muertos, nunca
pueden olvidar esta bondadosa tierra, pues ella es la madre del hombre piel
roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo,
el gran águila, todos son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los
húmedos prados, el calor de la piel del potro y el hombre, todos pertenecemos a
la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington manda decir que
desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco nos
dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir cómodamente. El se
convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.
Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra
tierra. Pero eso no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua cristalina que escurre por los
riachuelos y corre por los ríos no es solamente agua, sino también la sangre de
nuestros
antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que
ella es sagrada, y deberán enseñar a sus hijos que ella es sagrada y que los reflejos
misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de acontecimientos y
recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua de los ríos es la voz
del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra
sed. Los ríos llevan a nuestras canoas y nos dan peces para alimentan a
nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deberán recordar y
enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y
por tanto deberéis tratar a los
ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto
le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño
que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra
no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada la abandona, y prosigue
su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada. Roba a la
tierra aquello que pertenece a sus hijos y no le importa nada. Tanto la tumba
de sus padres como los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre,
la tierra y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y
vender, como si fuesen corderos o collares que intercambian por otros objetos.
Su hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra y detrás suyo dejaran
tan sólo un desierto.
Yo no entiendo, nuestro modo de vida es muy diferente al de ustedes.
La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Tal vez sea por que
el hombre piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar
tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las flores de los árboles en primavera, o
el movimiento de las alas de un insecto. Pero quizás también esto se deba a que
soy un salvaje que no comprende bien las cosas. El ruido de las ciudades parece
insultar los oídos. Y yo me pregunto, ¿ qué tipo de vida tiene el hombre si no
puede escuchar el canto solitario del chotacabras, ni las discusiones nocturnas
de las ranas al borde de un lago?. Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros
preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, así como
el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado
por la fragancia de los pinos.
El aire es algo precioso para el piel roja, ya que todos los seres comparten
el mismo aliento, el animal, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo
aire. El hombre blanco no siente el aire que respira, como un moribundo que
agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Si les vendemos nuestras
tierras deben recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire
comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros
antepasados el primer soplo de vida, también recibió de ellos su último
suspiro. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deberán conservarlas sagradas, como un lugar en donde
hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las
praderas.
Queremos considerar su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos
aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales
de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de
vida. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados allí
por el hombre blanco que les disparo desde el caballo de hierro sin ni tan solo
pararlo. Yo soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de hierro
pueda importar más que el búfalo al que nosotros solo matamos para poder vivir.
¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos los animales fuesen
exterminados, el hombre también perecería de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra
a los animales pronto habrá de ocurrirle también al hombre. Todas las cosas
están relacionadas entre si.
Deben de enseñarle a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas
de nuestros antepasados. Digan a sus hijos que la tierra está enriquecida con
las vidas de nuestro pueblo, a fin de que sepan respetarla. Es necesario que
enseñen a sus hijos, lo que nuestros hijos ya saben, que
la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra, le
ocurrirá también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el
suelo, se están escupiendo así mismos. Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece
al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. . Esto es lo que sabemos:
todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una familia. El
sufrimiento de la tierra se convertirá en sufrimiento para los hijos de la
tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, solo es un hilo más de la
trama. Lo que hace con la trama se lo está haciendo a sí mismo.
Nuestros hijos ha visto como sus padres eran humillados mientras defendían
su tierra. Nuestros guerreros han sentido vergüenza, y ahora pasan sus días
ociosos, mientras contaminan sus cuerpos con comida dulce y agua de fuego.
Importa poco donde pasaremos el resto de nuestros días, no son demasiados. Unas
pocas horas, unos pocos inviernos y ninguno de los descendientes de las grandes
tribus que alguna vez vivieron sobre esta Tierra, estarán aquí para lamentarse
sobre las tumbas de una gente que un día tuvo poder y esperanza. Ni siquiera el
hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, quedará exento
del destino común. Quizás seamos hermanos a pesar de todo, ya se vera algún
día. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco tal vez descubra algún día,
el Dios nuestro y el de ustedes es el mismo Dios. Ustedes creen que Dios les
pertenece, de la misma manera que desean que nuestras tierras les pertenezcan,
pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión se extiende
por igual entre los pieles rojas y los caras pálidas.
Esta tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su Creador y se
provocaría su irá. También los blancos se extinguirán, quizás antes que todas
las otras tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus
propios desechos. Ustedes caminan hacia su destrucción rodeados de gloria,
inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún
designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino
es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los
búfalos, se doman los caballos salvajes, se impregnan los rincones secretos de
los densos bosques con el olor de
tantos hombres y se obstruye la visión del paisaje de las verdes
colinas con un enjambre de alambres de hablar.
¿Dónde está el matorral? Destruido
¿Dónde esta el águila? Desapareció
Es el final de la vida y el inicio de la
supervivencia.
ACTIVIDAD INDIVIDUAL
- PRESENTAR EN LA CARPETA, EL ANÁLISIS DE CADA PÁRRAFO .
- ESCRIBE TU OPINIÓN A CERCA DE LA CARTA.
- INVESTIGA EN QUE COMUNIDADES DE COLOMBIA, SE ESTÁ REPITIENDO LA MISMA SITUACIÓN
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